-¿Estás segura de que querés hacer esto? – Preguntó él con un gesto despreocupado.
Tragué saliva y asentí con la cabeza. Las piernas y los brazos me temblaban con excitación, o ansiedad, o excitación; en verdad era demasiado difícil saberlo.
Quizás no debería haber accedido a hacer aquello, después de todo no estaba obligada. Podría haberme quedado en casa, en la comodidad de sus pijamas, viendo alguna película con Audrey Hepburn y ahorrarme tanto nerviosismo. ¿Por qué había dicho que sí entonces? Curiosidad, mayormente. Llevaba meses hablando con aquel desconocido, bueno, ya no tan desconocido. Conocía su voz, sus fetiches, hasta podía hacerse una idea de su rostro. Pero no era capaz de definir su aroma, su forma de moverse, la sensación de sus manos fuertes dándole una buena nalgada. Definitivamente había demasiado que se perdía a través de la pantalla. Sin embargo, era difícil escapar de la seguridad que eso me otorgaba.
Mentalmente repasé la sucesión de hechos que me había llevado hasta aquel instante. Mientras caminaba por la calle principal, intentando en vano no ahogarme en sus propios pensamientos. Había calculado el tiempo que me tomaría hacer aquel recorrido para llegar sólo elegantemente tarde, quizás a modo de intento desesperado por ocultar mi ansiedad. ¿Y qué pasa si no aparece? Había pensado con angustia al mismo tiempo que rebasaba a un grupo de peatones perezosos. Contra todo pronóstico allí estaba cuando llegué al bar, grácilmente reposado sobre una silla de madera acolchada con un estampado bordó. Le tomó menos de un minuto alzar la mirada y reconocerme, quizás debido a que él había escogido mi atuendo para aquel día. Una falda negra tableada, medias negras que me llegaban hasta la rodilla, una camiseta blanca y zapatos negros con plataforma. Me había tomado la libertad de decidir yo misma el maquillaje, un labial morado y una capa fina de delineador sobre los párpados.
-¿Recordás la palabra de seguridad? – Su voz me trajo de vuelta a la realidad.
-Ruiseñor – Respondí con timidez. Me encontraba con los brazos extendidos sobre la cama, apoyada sobre mis piernas y con el culo en el aire, todavía cubierto por mi falda.
Oí como él se arrodillaba detrás de mí y lentamente levantaba la prenda. Con cuidado sus manos recorrieron mi piel, estaban algo frías, lo que despertó un leve estremecimiento. - ¿Y si querés que baje la identidad? –
-Amarillo – Esta vez mi voz fue menos dubitativa.
Sentí como depositaba una beso cariñoso en uno de los cachetes de mi trasero y le daba una leve palmadita. – Bien – Rápidamente se puso de pie y acomodó el flogger en su mano. – Esta vez no vamos a contar – Anunció.
Tenía una voz profunda y confiada, una voz capaz de perturbarme y excitarme al mismo tiempo. Y sus labios no se quedaban atrás, todavía podía sentir cómo me quemaba la piel en los lugares donde me había besado. Después de que pasaran un buen rato charlando me propuso ir a su casa, con más calentura que otra cosa le había dicho que sí. En el camino se había portado bastante caballeroso, incluso me había tomado la mano de a momentos. Aunque ni bien pusimos un pie dentro de la casa el panorama había cambiado. Todavía en penumbras me tomó por sorpresa y me arrinconó contra la pared, presionando su cuerpo con el mío. Sin dudarlo sus labios se dirigieron a mi cuello, comenzó a besarme con brusquedad, incluso propinando algún que otro mordisco. Dejándome llevar coloqué mis manos alrededor de su torso y lo apreté más contra mí. Viendo que yo correspondía los besos se volvieron más intensos, nuestros labios se encontraron y antes de que pudiera darme cuenta me estaba comiendo la boca, introdujo su lengua y junto con la mía comenzaron a tocarse. Mordió mis labios y se tomó un momento para jugar con el piercing que tenía en el lado izquierdo. Sus manos se deslizaron por debajo de mi falda y subieron con sutileza hasta mi culo, lo estrujó con fuerza y luego me presionó en contra de su pelvis, permitiéndome sentir su miembro por debajo de la ropa. Un par de gemidos traicioneros se me escaparon en aquel momento pero al notar el efecto que estos tenían en él me esmeré por no contenerme demasiado.
De repente un sonido seco atravesó el aire, y lo próximo que sentí fue una sensación de ardor en el cachete derecho del culo. Grité, puesto que aquello me había tomado por sorpresa.
Los golpes continuaron, a un rito tranquilo y pausado. Me encontraba tentada de voltear a ver qué cara tenía mientras lo hacía pero algo me dijo que sería mejor mantenerme en mi posición. Decidí que era mejor hacerle caso y tampoco contar, quizás así tendría más resistencia. Los músculos de mi cuerpo comenzaron a tensarse, las manos se me cerraban más con cada golpe.
Tan pronto como había empezado se detuvo. Se acercó para susurrarme al oído - ¿Vamos bien? –
Asentí sin poder hablar realmente.
-Necesito que te relajes peque – Me dijo mientras me acariciaba la mejilla – Y que trates de no moverte – Añadió mientras me tocaba el abdomen para que volviera a parar la cola.
Rápidamente volví a acomodarme - ¿Así está bien? –
-Perfecto princesa. Ahora quieta – Volvió a besarme, me acomodó un poco la bombacha y se alejó.
Okay, bien, creo que ahora si podría soportarlo. Tomé aire y cerré los ojos, el flogger volvió a volar por los aires y aterrizó fuertemente sobre mi piel. Me concentré en mi respiración y en mantener mis músculos relajados. Mientras el flogger subía inhalaba una gran bocanada de aire, y cuando bajaba, la soltaba. Eventualmente el dolor y el placer comenzaron a mezclarse. No fue hasta que moví mis piernas que noté que mis muslos estaban mojados, me vi tentada de introducir un dedo jugar con mi clítoris pero resistí. Azote tras azote la tentación aumentaba, comencé a rozar mis muslos uno con el otro en un intento de aliviar un poco mi calentura. Detrás de mí el continuaba revoleando el flogger, cada tanto lanzaba algún que otro gruñido, un sonido bestial que me llenaba de lujuria.
Una vez que tuvo suficiente dejó el objeto sobre una mesita de luz y me ordenó que me pusiera de pie.
Obedecí en silencio y comencé a sacarme la ropa mientras él rebuscaba algo en cajón de la mesa. Cuando se volteó me detuvo en seco. Dio una paso al frente y sin darme tiempo a reaccionar tiró de un mechón de mi pelo.
-¿Quién te dijo que te sacaras la ropa? –
- Ah – Exclamé – Nadie –
Soltó un poco – Vamos a dejarlo claro desde ahora, la ropa te la saco siempre yo. ¿Entendido? –
Suspiré – Sí –
-¿Si qué? – Inquirió volviendo a tironear.
-Sí, Señor –
Con cuidado soltó el cabello en su totalidad y comenzó a besarme – Buena chica – Dijo entre dientes mientras me besaba el cuello.
Jadeé mientras sus manos rozaban mi bombacha mojada.
-Está toda mojada beba – Me susurró al odio - ¿Te calienta cuando te pegan? –
Asentí un tanto avergonzada.
-¿Sos muda ahora? – Inquirió- Hablame –
-Sí, Señor. Me calienta mucho cuando me pega –
Sonrió complacido y sostuvo mi rostro entre sus manos – Así me gusta mi nena, sin vergüenza- Lentamente sus manos bajaron hasta la parte baja de mi blusa y se introdujeron debajo de ella, escalaron hasta mis senos donde se detuvo a jugar por unos instantes. Con cuidado me sacó la prenda, junto con el corpiño, y empezó a chuparme los pezones; los atrapó entre sus dientes y los mordió con ganas mientras yo gemía.
Continuó tocándome hasta sacarme la falda. Luego yo le ayudé con los zapatos hasta que quedé sólo con las medias y mis bombachas blancas. Con delicadeza me tumbó sobre la cama, una cama de dos plazas aproximadamente, y se posó sobre mí. Dejé que mis manos se divirtieran un poco mientras recorría su pecho y le sacaba la remera. Dejó que lo admirara unos segundos, luego me acerqué y comencé a jugar con sus tetillas, lamiéndolas con cuidado. Mis manos siguieron camino hasta sus pantalones, donde encontré su miembro y me dediqué a excitarlo. Lo rocé con delicadeza al principio, hasta que tomé el coraje para desabrocharle el pantalón y meter la mano entre sus bóxers.
-¿La princesita ya quiere jugar? –
Reí con timidez – Puede que esté algo ansiosa – Admití sin quitar mis manos de su lugar.
Suspiró – Ya vamos a tener tiempo para eso. Ahora tengo otros planes para vos – Mientras hablaba me tomó por las muñecas y me las colocó atrás de la nuca. Vi como tomaba una soga del bolsillo trasero de sus pantalones y comenzaba a enroscarla alrededor de mi piel. –Esto para que no me interrumpas – Explicó mientras ataba un extremo al espaldar de la cama.
Me quedo mirándolo, medio embobada, con los brazos y las manos inmóviles. Hay algo curioso en todo eso, algunas personas necesitamos ser atadas para sentirnos realmente libres. Mordí mi labio inferior, expectante, excitada y a la vez intrigada por ver lo que tenía en mente.
Con agilidad se deshizo del pantalón y los bóxers, tuve la posibilidad de admirar si pene erecto en todo su esplendor. Lo estimuló un poco con sus manos al mismo tiempo que se colocaba sobre mi pecho.
-Ahora, decí “ah” – Dijo y antes de que pudiera reaccionar introdujo parte de su miembro dentro de mi boca.
Al principio fue despacio, introducía una pedazo y luego lo retiraba; cada vez adentrándose un poco más. Yo procuré abrir la boca como había pedido, y succionar cuando debía. Tenía que admitir que me gustaba su sabor, dejé se distribuyera por mi boca y lo saboreé con placer.
-Ah, así beba – Jadeó con placer mientras sus movimientos adquirían un ritmo acompasado. Con la boca llena comencé a gemir, apretando las piernas donde el placer era incontrolable. - ¿Te gusta putita? – Preguntó sacando su erección de mis labios.
Me entretuve posando tímidos besos a la cabeza – Me encanta Señor, tiene una pija muy linda –
Gruñó complacido. Una fuerza bestial se apoderó de él mientras con ahínco me cogía la boca. Probé su líquido seminal entre mis labios y desee profundamente que fuera a tomarme aquel día. Estiró la mano izquierda para aproximar mi cara a su pelvis y empujó con fuerza.
-Ay, nenita que boquita linda que tenés – Se reacomodó y me ofreció sus testículos, los cuales lamí muy complacida, deseosa de excitarlo aún más.
-¿Me va a dar lechita Señor? – Pregunté con una mirada inocente.
Él río y meneó la cabeza – Hoy no, eso te lo tenés que ganar aún – Y así se colocó al final de la cama y tomó mi pierna derecha, con tranquilidad besó mi pie y comenzó a subir hasta llegar a mis muslos. Se detuvo para mirarme a los ojos, los suyos estaban cargados con una lujuria casi tan grande como la mía. Lentamente su lengua comenzó a recorrer mi vagina hasta dar con mi clítoris, con gracia comenzó a lamerlo, dándole eventuales y dulces mordidas.
Gemí con suavidad mientras disfrutaba del placer que me estaba dando. – Ay, Señor, qué rico –
Aquello pareció incentivarlo aún más, pues se atrevió a introducir un dedo dentro de mí, el cuál comenzó a deslizar con movimientos quedos. Continuó chupando y lamiendo al mismo tiempo que me masturbaba.
En el otro extremo de la cama, yo jadeaba e intentaba controlar los movimientos de mi cuerpo. Mis manos, presas de las sogas, se cerraban con fuerza ante tanto goce. Sentí como introducía otro dedo y el ritmo se aceleraba. Mis gritos inundaron el cuarto a medida que sus dedos me penetraban dulcemente. Tironeé de la soga a tal punto que creí que esta se cortaría, mis muñecas enrojecidas por el roce de esta contra mi delicada piel. Podía sentir el orgasmo acumulándose en la parte baja de mi abdomen.
-Señor... ah... Señor, ¿Puedo acabar por favor? – Supliqué con el poco aire que me quedaba.
-Sí, princesa. Quiere que me acabes toda la boca – Aceptó complacido.
Sus dedos comenzaron a moverse frenéticamente dentro de mí, penetrándome sin piedad. Llené mis pulmones de aire y grité con placer, sintiendo la adrenalina recorrer cada centímetro de mi cuerpo. Cerré los ojos y arqueé la espalda, sentí la presión de la soga uniendo mis brazos y me dejé ir. Acabé en su boca dejando queme saboreara por completo.
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